Paulina.

Lleva dos horas mirando el vacio desde el café de la plaza, en la mesa el cenicero ya se desbordo y las tazas de café y las copas de vino tinto vacías se acumulan por culpa de una camarera indiferente y soñadora, por cuarta vez mira el reloj de manecillas en su muñeca, no le interesa pero ya son las siete menos veinte, igual que ayer y posiblemente antier.

Y cree que está en la habitación más oscura de su vida intentando simular la realidad una vez más, ella detiene la mirada con duda en los ojos de un extraño más o menos de su edad, él sonríe tímidamente pero con un rasgo de amor, al cerrar los ojos todo desaparece, el amor, la sonrisa y la plaza atardeciendo se marcha a algún lugar en un sueño olvidado.

El niño de las flores la evade, la experiencia en el oficio le dice que es solitaria y entristecida, enciende el cigarro y mira que el humo escapa como espíritu de un moribundo, el viento congelado sobre su rostro y la música con notas falsas le recuerda a una madrugada alegre de luna, estrellas, centellas y llovizna.

Atiende el reloj por quinta vez y sabe que no será el día que llegue quien alegre a su corazón triste, prende otro cigarro mientras se detiene el cabello negro detrás de la oreja, mira como la noche enciende el alumbrado publico y las almas sombrías comienzan a vivir, ella espera, no sabe que, pero espera.

2 comentarios:

BeRiTa | 2 de mayo de 2008, 12:58 a.m.

La espera... siempre esperar...

Es sabio esperar, pero aún más distinguir cuando se debe cambiar de lugar para seguir esperando, cuando ya no hay nada que esperar y más aún reconocer que llegó lo que se esperaba y es hora de luchar...

Un gran saludo!

Anónimo | 5 de mayo de 2008, 6:34 p.m.

Cuantas Paulinas habra merodeando por ahi?
Gran texto, un saludo.

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